Albert Einstein contra el ateísmo arrogante
El siglo XXI ha empezado con una moda literaria: los
libros groseros de ateos arrogantes. Cuanto más groseros son y más tonterías
históricas acumulan, más libros venden. En estos libros, la religión
—especialmente la cristiana— es culpable del SIDA, la pobreza, la estupidez, el
nazismo, el terrorismo mundial, el fracaso de tu matrimonio y que tus tostadas
salgan siempre quemadas.
Michel Onfray en Francia con su Tratado de Ateología, Sam
Harris con Carta a una nación
cristiana, el biólogo Richard Dawkins con El Espejismo de Dios (The God Delusion), Steven
Weinberg, Daniel Dennett... En España se ha apuntado al mini-boom del género Fernando Savater con un libro
rutinario, poco pensado
y menos trabajado, con el que sacarse un dinerito extra atizándole a la fe.
Grandes mentes
La fe cristiana, o al menos la deísta, puede que sea
verdadera. O puede que no. Que muchos hombres inteligentes hayan militado a
favor o en contra del deísmo puede hacer pensar en nuestra capacidad de buscar
la verdad usando la inteligencia.
«¿Si el cristianismo es tan razonable por qué Celso,
Plotino, Hobbes, Maquiavelo, Voltaire, Rousseau, Goethe, Melville, Jefferson,
Shaw, Russell, Franklin, Sartre, Camus, Nietzsche, Marx, Freud y Skinner lo
rechazaron?», pregunta el Handbook of Christian Apologetics de Peter Kreeft y
Ronald K. Tacelli.
Dejando aparte que parece que Voltaire sí murió
católico y reconciliado y que Camus en sus últimos años redescubrió la fe
cristiana, una respuesta rápida —aunque un poco anglocéntrica— puede ser que
«el listado de no creyentes es fácil de superar con Pablo, Juan, Agustín, Tomás
de Aquino, Anselmo, Buenaventura, Scoto, Lutero, Calvino, Descartes, Pascal,
Leibniz, Berkeley, Galileo, Copérnico, Kepler, Newton, Newman, Lincoln,
Pasteur, Kierkegaard, Shakespeare, Dante, Chesterton, Lewis, Solzhenitsin,
Tolstoy, Dostoyevsky, Tolkien, Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, T.S. Eliot,
Dickens, Milton, Spenser y Bach, por no mencionar un tal Jesús de Nazaret».
Y continua el manual de Kreeft y Tacelli:
«las mentes brillantes a menudo rechazan el
cristianismo porque no quieren que sea verdad, porque no está de moda o
simplemente porque el cristianismo pide obediencia, arrepentimiento y
humildad».
Einstein y los ateos
Es curioso que en ninguna de estas listas de mentes
brillantes salga el genial físico y matemático Albert Einstein. Y es que
Einstein era deísta. Creía en un Dios que daba orden y armonía al Universo.
Siempre rechazó ser ateo, incluso rechazó ser panteísta. Dios no estaba en el
Universo, sino detrás del Universo. Sin embargo nunca aceptó que fuese un Ser
Personal. Y mucho menos que interviniese alterando las leyes naturales.
Einstein no creía que Dios tuviese libre voluntad, pero es que tampoco creía
que los hombres la tuviesen.
En EEUU se acaba de publicar una nueva biografía de
Einstein a cargo de Walter Isaacson, que además ha publicado algunas líneas en TIME sobre la fe de Einstein.
«A lo largo de su vida, Einstein fue constante al
rechazar la acusación de ser ateo. 'Hay gente que dice que no hay
Dios, pero lo que realmente me enfada es que me citan para apoyar su punto de
vista', dijo a un amigo.
Al contrario que Sigmund Freud o Bertrand Russell o
George Bernard Shaw, Einstein nunca sintió la necesidad de denigrar a los que
creían en Dios. Al contrario, tendía a denigrar a los ateos: 'lo que me separa
de la mayoría de esos que se llaman ateos es un sentimiento de radical humildad
hacia los secretos inalcanzables de la armonía del cosmos', explicaba.
'Los ateos fanáticos', escribió en una carta, 'son
como esclavos que aún sienten el peso de las cadenas que arrojaron tras un duro
esfuerzo. Son criaturas que en
su pleito contra la religión tradicional como opio de las masas, no pueden
escuchar la música de las esferas».
Otra de las cosas que distinguen a Einstein de los
ateos modernos y groseros es que reconoce los logros históricos de la Iglesia , especialmente los
que vivió en carne propia. Así, el 23 de diciembre de 1940 declaraba en la
revista TIME sobre la facilidad con que Alemania adoptó la cultura nazi:
"Cuando tuvo lugar la revolución en Alemania,
miré con confianza a las universidades, pues sabía que siempre se habían
enorgullecido de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades
fueron amordazadas. Entonces confié en los grandes editores de los diarios que
proclamaban su amor por la libertad. Pero, al igual que las universidades,
también ellos tuvieron que callar, sofocados en pocas semanas.Sólo la Iglesia permaneció firme,
en pie, para cerrar el camino a las campañas de Hitler que pretendían suprimir
la verdad. Antes nunca había experimentado un interés particular por la Iglesia , pero ahora siento
por ella un gran afecto y admiración, porque la Iglesia fue la única que
tuvo la valentía y la constancia para defender la verdad intelectual de la
libertad moral."
La juventud del genio
Einstein nació en una familia judía sin fe ni práctica
religiosa. El único pariente que iba a la sinagoga era agnóstico y decía al
joven Albert que acudía porque «nunca se sabe».
A los 6 años, sus padres metieron al niño en una gran
escuela católica. Era el único judío entre los 70 alumnos de su clase. Como
todos ellos, hizo la asignatura de religión católica y según Walter Isaacson la
disfrutó.
Un poco antes de los 10 el joven Albert decidió ser un
judío devoto en oposición a sus padres: no comer cerdo, mantener el Sabbath, la
pureza kosher, incluso
componía sus propios himnos y los cantaba camino del colegio.
A los 10 años, un estudiante de medicina de 21 años
llamado Max Talmud que cada semana comía en su casa le dejó unos libros de
divulgación de ciencias naturales escritos por Aaron Bernstein, que insistían
en la relación entre la biología y la física. Ahí despegó el intelecto de
Einstein hacia la física y la matemática, un intelecto hasta entonces
adormecido.
A los 12 años abandonó el judaísmo. «Leyendo libros de
divulgación científica pronto alcancé la convicción de que muchas de las
historias de la Biblia
no podían ser ciertas. La consecuencia fue una orgía decididamente fanática de
librepensamiento con la impresión de que los jóvenes eran intencionadamente
engañados por el estado con mentiras; un impresión aplastante», cita Isaacson.
Uno no puede evitar pensar que los Onfray, Harris,
Dawkins y Weinberg que hoy se presentan como pensadores maduros y adultos están
en la fase radical que Einstein atravesó a sus 12 años.
Hay que dejar claro que los libros de Aaron Berstein
no fueron culpables de esta falta de fe: sus libros de divulgación no veían
incompatibilidad entre ciencia y fe. «la inclinación religiosa yace en la tenue
conciencia que mora en los hombres de que toda la naturaleza, incluidos los humanos,
no es un juego accidental sino un resultado de la ley de que hay una causa
fundamental a toda la existencia.»
En 1929, en una cena en Berlín, teniendo casi 50 años,
Einstein ya empezaba a establecerse en su postura deísta y se negó a comparar
la religión con la superstición astrológica. «No puede ser, ¿no será usted
religioso?», le preguntaron. Y él respondió:
«Intente penetrar con nuestros medios limitados en los
secretos de la naturaleza y encontrará que más
allá de todas las leyes discernibles y sus conexiones, permanece algo sutil,
intangible, inexplicable. Venerar esta fuerza que está más allá de todo lo que
podemos comprender es mi religión. En ese sentido soy, de hecho,
religioso.»
Es curioso que Sócrates y Platón consideraran que
hasta los 50 años no se puede ser filósofo, que se necesita toda una vida de
entrenamiento en las ciencias y en la vida misma para alcanzar la sabiduría
básica, que el joven no puede ser sabio. Contagiaron de esta idea al
pensamiento filosófico antiguo y medieval, en contraste con la vivencia
cristiana de que jóvenes y niños pueden ser santos, es decir, sabios a la
manera de Dios. Escándalos para griegos: Jesús niño enseñando en el templo, o
el «te doy gracias Padre porque has enseñado a los pequeños lo que ocultaste a
los sabios».
Pero es en 1929, a los 50 años, cuando Einstein formula su
veneración por el misterio, que es algo más que una X en una ecuación o un
enigma por resolver.
La figura luminosa del Nazareno
A esa edad concede una entrevista a George Sylvester
Viereck, un alemán que vivía en EEUU desde niño. Einstein pensaba que Viereck
era judío. En realidad, Viereck presumía de ser pariente del Kaiser y durante la Segunda Guerra
Mundial le detendrían por ser propagandista de la causa alemana. En la época
que entrevistó a Einstein se ganaba la vida entrevistando grandes hombres... y
escribiendo poesía erótica.
— ¿Hasta qué punto está usted influido por el
cristianismo?
— De niño recibí instrucción tanto en la Biblia como en el Talmud.
Soy judío, pero estoy embelesado por la figura luminosa del Nazareno.
— ¿Acepta la existencia histórica de Jesús?
— Incuestionablemente. Nadie puede leer los
evangelios sin sentir la presencia real de Jesús. Su personalidad palpita en
cada palabra. Ningún mito está lleno de tal vida.
— ¿Cree usted en Dios?
— No soy un ateo. No creo que pueda llamarme
panteísta. El problema implicado es demasiado vasto para nuestras mentes
limitadas. Estamos en la posición de un niño pequeño entrando en una gran
biblioteca llena de libros en muchos idiomas. El niño sabe que alguien debe
haber escrito esos libros. No sabe cómo. No entiende los idiomas en que están
escritos. El niño tenuemente sospecha que hay un orden misterioso en la
ordenación de los libros pero no sabe cuál será. Esta es, me parece, la actitud
de incluso el humano más inteligente hacia Dios. Vemos el universo
maravillosamente ordenado y obedeciendo ciertas leyes, pero sólo tenuemente
entendemos estas leyes.
— ¿Es este un concepto judío de Dios?
— Soy un determinista, no creo en el libre albedrío.
Los judíos sí creen en el libre albedrío. Creen que un hombre modela su propia
vida. Yo rechazo esa doctrina. En ese tema, no soy judío.
— ¿Es ése el Dios de Espinoza?
— Me fascina el panteísmo de Espinoza, pero admiro aún
más su contribución al pensamiento moderno porque fue el primer filósofo que
trató del cuerpo y el alma como un todo, no como dos cosas separadas.
— ¿Cree usted en la inmortalidad?
— No. Y una vida es bastante para mí.
La emoción del misterio
Einstein pronto vio que sus opiniones sobre estos y
otros temas interesaban a muchos, así que en 1930 publicó un credo, «En qué
creo», apoyando a un grupo de derechos humanos. En él defendía la noción
de misterio.
«La emoción más hermosa que podemos experimentar es lo
misterioso. Es la emoción fundamental que está en la cuna de todo verdadero
arte y ciencia. Aquel a quien esta emoción le es ajena, que ya no puede
maravillarse y extasiarse en reverencia, es como si estuviera muerto, un candil
apagado. Sentir que
detrás de lo que puede experimentarse hay algo que nuestras mentes no pueden
asir, cuya belleza y sublimidad nos alcanza sólo indirectamente: esto es la
religiosidad. En esto sentido, y sólo en este, soy un hombre
devotamente religioso.»
Posteriormente dio una charla en el Seminario de la Union Teológica de
Nueva York, del que salieron frases en los periódicos que se hicieron famosas.
Allí es donde dijo que «la ciencia puede ser creada sólo por quienes están
profundamente imbuidos por la aspiración hacia la verdad y el entendimiento». Y
que «la fuente de este sentimiento, sin embargo, brota de la esfera de la
religión». Su frase más famosa de ese día se cita a menudo: «la ciencia
sin la religión es coja; la religión sin la ciencia es ciega».
El Einstein determinista
Einstein aceptaba un Dios detrás de las leyes
inmutables del cosmos. Lo que no aceptaba es un Dios con poder o voluntad de
cambiar estas leyes. Para él, las leyes físicas estaban predeterminadas... y
las acciones de los hombres también.
En su credo se adhirió a la frase de Schopenhauer: «un
hombre puede hacer lo que quiera, pero no querer lo que quiera». Los deseos,
ilusiones, maldades y bondades de un hombre vienen dados, determinados, por
leyes inmutables.
Eso no quiere decir que por razones prácticas no
debamos encerrar a los asesinos, aunque filosóficamente creamos que, en
realidad, no son responsables, que estaban «obligados» a asesinar.
«Sé que filosóficamente un asesino no es responsable
de su crimen, pero prefiero no tomar el té con él», declaró.
Vivir «como si fuésemos libres y éticos» (aunque no lo
seamos) era la propuesta de Einstein para una sociedad más civilizada. Una
especie de vivir una ficción... que funcione. Apoyó que EEUU desarrollara la
bomba atómica para frenar el nazismo, pero luego luchó por el control de la
energía nuclear. Ayudó a refugiados judíos, habló en defensa de la justicia
racial, plantó cara al McCarthismo, intentó trabajar en defensa de la paz.
«Para Einstein fue la ausencia de milagros lo que
reflejaba una providencia divina, el hecho de que el mundo fuese comprensible,
que siguiese leyes... eso era digno de reverencia», concluye su biógrafo Walter
Isaacson.
El genial físico y matemático reconocía su fascinación por "la
figura luminosa del Nazareno" y criticaba el fanatismo de ciertos ateos.
El siglo XXI ha empezado con una moda literaria: los
libros groseros de ateos arrogantes. Cuanto más groseros son y más tonterías
históricas acumulan, más libros venden. En estos libros, la religión
—especialmente la cristiana— es culpable del SIDA, la pobreza, la estupidez, el
nazismo, el terrorismo mundial, el fracaso de tu matrimonio y que tus tostadas
salgan siempre quemadas.
Michel Onfray en Francia con su Tratado de Ateología, Sam
Harris con Carta a una nación
cristiana, el biólogo Richard Dawkins con El Espejismo de Dios (The God Delusion), Steven
Weinberg, Daniel Dennett... En España se ha apuntado al mini-boom del género Fernando Savater con un libro
rutinario, poco pensado
y menos trabajado, con el que sacarse un dinerito extra atizándole a la fe.
Grandes mentes
La fe cristiana, o al menos la deísta, puede que sea
verdadera. O puede que no. Que muchos hombres inteligentes hayan militado a
favor o en contra del deísmo puede hacer pensar en nuestra capacidad de buscar
la verdad usando la inteligencia.
«¿Si el cristianismo es tan razonable por qué Celso,
Plotino, Hobbes, Maquiavelo, Voltaire, Rousseau, Goethe, Melville, Jefferson,
Shaw, Russell, Franklin, Sartre, Camus, Nietzsche, Marx, Freud y Skinner lo
rechazaron?», pregunta el Handbook of Christian Apologetics de Peter Kreeft y
Ronald K. Tacelli.
Dejando aparte que parece que Voltaire sí murió
católico y reconciliado y que Camus en sus últimos años redescubrió la fe
cristiana, una respuesta rápida —aunque un poco anglocéntrica— puede ser que
«el listado de no creyentes es fácil de superar con Pablo, Juan, Agustín, Tomás
de Aquino, Anselmo, Buenaventura, Scoto, Lutero, Calvino, Descartes, Pascal,
Leibniz, Berkeley, Galileo, Copérnico, Kepler, Newton, Newman, Lincoln,
Pasteur, Kierkegaard, Shakespeare, Dante, Chesterton, Lewis, Solzhenitsin,
Tolstoy, Dostoyevsky, Tolkien, Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, T.S. Eliot,
Dickens, Milton, Spenser y Bach, por no mencionar un tal Jesús de Nazaret».
Y continua el manual de Kreeft y Tacelli:
«las mentes brillantes a menudo rechazan el
cristianismo porque no quieren que sea verdad, porque no está de moda o
simplemente porque el cristianismo pide obediencia, arrepentimiento y
humildad».
Einstein y los ateos
Es curioso que en ninguna de estas listas de mentes
brillantes salga el genial físico y matemático Albert Einstein. Y es que
Einstein era deísta. Creía en un Dios que daba orden y armonía al Universo.
Siempre rechazó ser ateo, incluso rechazó ser panteísta. Dios no estaba en el
Universo, sino detrás del Universo. Sin embargo nunca aceptó que fuese un Ser
Personal. Y mucho menos que interviniese alterando las leyes naturales.
Einstein no creía que Dios tuviese libre voluntad, pero es que tampoco creía
que los hombres la tuviesen.
En EEUU se acaba de publicar una nueva biografía de
Einstein a cargo de Walter Isaacson, que además ha publicado algunas líneas en TIME sobre la fe de Einstein.
«A lo largo de su vida, Einstein fue constante al
rechazar la acusación de ser ateo. 'Hay gente que dice que no hay
Dios, pero lo que realmente me enfada es que me citan para apoyar su punto de
vista', dijo a un amigo.
Al contrario que Sigmund Freud o Bertrand Russell o
George Bernard Shaw, Einstein nunca sintió la necesidad de denigrar a los que
creían en Dios. Al contrario, tendía a denigrar a los ateos: 'lo que me separa
de la mayoría de esos que se llaman ateos es un sentimiento de radical humildad
hacia los secretos inalcanzables de la armonía del cosmos', explicaba.
'Los ateos fanáticos', escribió en una carta, 'son
como esclavos que aún sienten el peso de las cadenas que arrojaron tras un duro
esfuerzo. Son criaturas que en
su pleito contra la religión tradicional como opio de las masas, no pueden
escuchar la música de las esferas».
Otra de las cosas que distinguen a Einstein de los
ateos modernos y groseros es que reconoce los logros históricos de la Iglesia , especialmente los
que vivió en carne propia. Así, el 23 de diciembre de 1940 declaraba en la
revista TIME sobre la facilidad con que Alemania adoptó la cultura nazi:
"Cuando tuvo lugar la revolución en Alemania,
miré con confianza a las universidades, pues sabía que siempre se habían
enorgullecido de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades
fueron amordazadas. Entonces confié en los grandes editores de los diarios que
proclamaban su amor por la libertad. Pero, al igual que las universidades,
también ellos tuvieron que callar, sofocados en pocas semanas.Sólo la Iglesia permaneció firme,
en pie, para cerrar el camino a las campañas de Hitler que pretendían suprimir
la verdad. Antes nunca había experimentado un interés particular por la Iglesia , pero ahora siento
por ella un gran afecto y admiración, porque la Iglesia fue la única que
tuvo la valentía y la constancia para defender la verdad intelectual de la
libertad moral."
La juventud del genio
Einstein nació en una familia judía sin fe ni práctica
religiosa. El único pariente que iba a la sinagoga era agnóstico y decía al
joven Albert que acudía porque «nunca se sabe».
A los 6 años, sus padres metieron al niño en una gran
escuela católica. Era el único judío entre los 70 alumnos de su clase. Como
todos ellos, hizo la asignatura de religión católica y según Walter Isaacson la
disfrutó.
Un poco antes de los 10 el joven Albert decidió ser un
judío devoto en oposición a sus padres: no comer cerdo, mantener el Sabbath, la
pureza kosher, incluso
componía sus propios himnos y los cantaba camino del colegio.
A los 10 años, un estudiante de medicina de 21 años
llamado Max Talmud que cada semana comía en su casa le dejó unos libros de
divulgación de ciencias naturales escritos por Aaron Bernstein, que insistían
en la relación entre la biología y la física. Ahí despegó el intelecto de
Einstein hacia la física y la matemática, un intelecto hasta entonces
adormecido.
A los 12 años abandonó el judaísmo. «Leyendo libros de
divulgación científica pronto alcancé la convicción de que muchas de las
historias de la Biblia
no podían ser ciertas. La consecuencia fue una orgía decididamente fanática de
librepensamiento con la impresión de que los jóvenes eran intencionadamente
engañados por el estado con mentiras; un impresión aplastante», cita Isaacson.
Uno no puede evitar pensar que los Onfray, Harris,
Dawkins y Weinberg que hoy se presentan como pensadores maduros y adultos están
en la fase radical que Einstein atravesó a sus 12 años.
Hay que dejar claro que los libros de Aaron Berstein
no fueron culpables de esta falta de fe: sus libros de divulgación no veían
incompatibilidad entre ciencia y fe. «la inclinación religiosa yace en la tenue
conciencia que mora en los hombres de que toda la naturaleza, incluidos los humanos,
no es un juego accidental sino un resultado de la ley de que hay una causa
fundamental a toda la existencia.»
En 1929, en una cena en Berlín, teniendo casi 50 años,
Einstein ya empezaba a establecerse en su postura deísta y se negó a comparar
la religión con la superstición astrológica. «No puede ser, ¿no será usted
religioso?», le preguntaron. Y él respondió:
«Intente penetrar con nuestros medios limitados en los
secretos de la naturaleza y encontrará que más
allá de todas las leyes discernibles y sus conexiones, permanece algo sutil,
intangible, inexplicable. Venerar esta fuerza que está más allá de todo lo que
podemos comprender es mi religión. En ese sentido soy, de hecho,
religioso.»
Es curioso que Sócrates y Platón consideraran que
hasta los 50 años no se puede ser filósofo, que se necesita toda una vida de
entrenamiento en las ciencias y en la vida misma para alcanzar la sabiduría
básica, que el joven no puede ser sabio. Contagiaron de esta idea al
pensamiento filosófico antiguo y medieval, en contraste con la vivencia
cristiana de que jóvenes y niños pueden ser santos, es decir, sabios a la
manera de Dios. Escándalos para griegos: Jesús niño enseñando en el templo, o
el «te doy gracias Padre porque has enseñado a los pequeños lo que ocultaste a
los sabios».
Pero es en 1929, a los 50 años, cuando Einstein formula su
veneración por el misterio, que es algo más que una X en una ecuación o un
enigma por resolver.
La figura luminosa del Nazareno
A esa edad concede una entrevista a George Sylvester
Viereck, un alemán que vivía en EEUU desde niño. Einstein pensaba que Viereck
era judío. En realidad, Viereck presumía de ser pariente del Kaiser y durante la Segunda Guerra
Mundial le detendrían por ser propagandista de la causa alemana. En la época
que entrevistó a Einstein se ganaba la vida entrevistando grandes hombres... y
escribiendo poesía erótica.
— ¿Hasta qué punto está usted influido por el
cristianismo?
— De niño recibí instrucción tanto en la Biblia como en el Talmud.
Soy judío, pero estoy embelesado por la figura luminosa del Nazareno.
— ¿Acepta la existencia histórica de Jesús?
— Incuestionablemente. Nadie puede leer los
evangelios sin sentir la presencia real de Jesús. Su personalidad palpita en
cada palabra. Ningún mito está lleno de tal vida.
— ¿Cree usted en Dios?
— No soy un ateo. No creo que pueda llamarme
panteísta. El problema implicado es demasiado vasto para nuestras mentes
limitadas. Estamos en la posición de un niño pequeño entrando en una gran
biblioteca llena de libros en muchos idiomas. El niño sabe que alguien debe
haber escrito esos libros. No sabe cómo. No entiende los idiomas en que están
escritos. El niño tenuemente sospecha que hay un orden misterioso en la
ordenación de los libros pero no sabe cuál será. Esta es, me parece, la actitud
de incluso el humano más inteligente hacia Dios. Vemos el universo
maravillosamente ordenado y obedeciendo ciertas leyes, pero sólo tenuemente
entendemos estas leyes.
— ¿Es este un concepto judío de Dios?
— Soy un determinista, no creo en el libre albedrío.
Los judíos sí creen en el libre albedrío. Creen que un hombre modela su propia
vida. Yo rechazo esa doctrina. En ese tema, no soy judío.
— ¿Es ése el Dios de Espinoza?
— Me fascina el panteísmo de Espinoza, pero admiro aún
más su contribución al pensamiento moderno porque fue el primer filósofo que
trató del cuerpo y el alma como un todo, no como dos cosas separadas.
— ¿Cree usted en la inmortalidad?
— No. Y una vida es bastante para mí.
La emoción del misterio
Einstein pronto vio que sus opiniones sobre estos y
otros temas interesaban a muchos, así que en 1930 publicó un credo, «En qué
creo», apoyando a un grupo de derechos humanos. En él defendía la noción
de misterio.
«La emoción más hermosa que podemos experimentar es lo
misterioso. Es la emoción fundamental que está en la cuna de todo verdadero
arte y ciencia. Aquel a quien esta emoción le es ajena, que ya no puede
maravillarse y extasiarse en reverencia, es como si estuviera muerto, un candil
apagado. Sentir que
detrás de lo que puede experimentarse hay algo que nuestras mentes no pueden
asir, cuya belleza y sublimidad nos alcanza sólo indirectamente: esto es la
religiosidad. En esto sentido, y sólo en este, soy un hombre
devotamente religioso.»
Posteriormente dio una charla en el Seminario de la Union Teológica de
Nueva York, del que salieron frases en los periódicos que se hicieron famosas.
Allí es donde dijo que «la ciencia puede ser creada sólo por quienes están
profundamente imbuidos por la aspiración hacia la verdad y el entendimiento». Y
que «la fuente de este sentimiento, sin embargo, brota de la esfera de la
religión». Su frase más famosa de ese día se cita a menudo: «la ciencia
sin la religión es coja; la religión sin la ciencia es ciega».
El Einstein determinista
Einstein aceptaba un Dios detrás de las leyes
inmutables del cosmos. Lo que no aceptaba es un Dios con poder o voluntad de
cambiar estas leyes. Para él, las leyes físicas estaban predeterminadas... y
las acciones de los hombres también.
En su credo se adhirió a la frase de Schopenhauer: «un
hombre puede hacer lo que quiera, pero no querer lo que quiera». Los deseos,
ilusiones, maldades y bondades de un hombre vienen dados, determinados, por
leyes inmutables.
Eso no quiere decir que por razones prácticas no
debamos encerrar a los asesinos, aunque filosóficamente creamos que, en
realidad, no son responsables, que estaban «obligados» a asesinar.
«Sé que filosóficamente un asesino no es responsable
de su crimen, pero prefiero no tomar el té con él», declaró.
Vivir «como si fuésemos libres y éticos» (aunque no lo
seamos) era la propuesta de Einstein para una sociedad más civilizada. Una
especie de vivir una ficción... que funcione. Apoyó que EEUU desarrollara la
bomba atómica para frenar el nazismo, pero luego luchó por el control de la
energía nuclear. Ayudó a refugiados judíos, habló en defensa de la justicia
racial, plantó cara al McCarthismo, intentó trabajar en defensa de la paz.
«Para Einstein fue la ausencia de milagros lo que
reflejaba una providencia divina, el hecho de que el mundo fuese comprensible,
que siguiese leyes... eso era digno de reverencia», concluye su biógrafo Walter
Isaacson.
El genial físico y matemático reconocía su fascinación por "la
figura luminosa del Nazareno" y criticaba el fanatismo de ciertos ateos.
El siglo XXI ha empezado con una moda literaria: los
libros groseros de ateos arrogantes. Cuanto más groseros son y más tonterías
históricas acumulan, más libros venden. En estos libros, la religión
—especialmente la cristiana— es culpable del SIDA, la pobreza, la estupidez, el
nazismo, el terrorismo mundial, el fracaso de tu matrimonio y que tus tostadas
salgan siempre quemadas.
Michel Onfray en Francia con su Tratado de Ateología, Sam
Harris con Carta a una nación
cristiana, el biólogo Richard Dawkins con El Espejismo de Dios (The God Delusion), Steven
Weinberg, Daniel Dennett... En España se ha apuntado al mini-boom del género Fernando Savater con un libro
rutinario, poco pensado
y menos trabajado, con el que sacarse un dinerito extra atizándole a la fe.
Grandes mentes
La fe cristiana, o al menos la deísta, puede que sea
verdadera. O puede que no. Que muchos hombres inteligentes hayan militado a
favor o en contra del deísmo puede hacer pensar en nuestra capacidad de buscar
la verdad usando la inteligencia.
«¿Si el cristianismo es tan razonable por qué Celso,
Plotino, Hobbes, Maquiavelo, Voltaire, Rousseau, Goethe, Melville, Jefferson,
Shaw, Russell, Franklin, Sartre, Camus, Nietzsche, Marx, Freud y Skinner lo
rechazaron?», pregunta el Handbook of Christian Apologetics de Peter Kreeft y
Ronald K. Tacelli.
Dejando aparte que parece que Voltaire sí murió
católico y reconciliado y que Camus en sus últimos años redescubrió la fe
cristiana, una respuesta rápida —aunque un poco anglocéntrica— puede ser que
«el listado de no creyentes es fácil de superar con Pablo, Juan, Agustín, Tomás
de Aquino, Anselmo, Buenaventura, Scoto, Lutero, Calvino, Descartes, Pascal,
Leibniz, Berkeley, Galileo, Copérnico, Kepler, Newton, Newman, Lincoln,
Pasteur, Kierkegaard, Shakespeare, Dante, Chesterton, Lewis, Solzhenitsin,
Tolstoy, Dostoyevsky, Tolkien, Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, T.S. Eliot,
Dickens, Milton, Spenser y Bach, por no mencionar un tal Jesús de Nazaret».
Y continua el manual de Kreeft y Tacelli:
«las mentes brillantes a menudo rechazan el
cristianismo porque no quieren que sea verdad, porque no está de moda o
simplemente porque el cristianismo pide obediencia, arrepentimiento y
humildad».
Einstein y los ateos
Es curioso que en ninguna de estas listas de mentes
brillantes salga el genial físico y matemático Albert Einstein. Y es que
Einstein era deísta. Creía en un Dios que daba orden y armonía al Universo.
Siempre rechazó ser ateo, incluso rechazó ser panteísta. Dios no estaba en el
Universo, sino detrás del Universo. Sin embargo nunca aceptó que fuese un Ser
Personal. Y mucho menos que interviniese alterando las leyes naturales.
Einstein no creía que Dios tuviese libre voluntad, pero es que tampoco creía
que los hombres la tuviesen.
En EEUU se acaba de publicar una nueva biografía de
Einstein a cargo de Walter Isaacson, que además ha publicado algunas líneas en TIME sobre la fe de Einstein.
«A lo largo de su vida, Einstein fue constante al
rechazar la acusación de ser ateo. 'Hay gente que dice que no hay
Dios, pero lo que realmente me enfada es que me citan para apoyar su punto de
vista', dijo a un amigo.
Al contrario que Sigmund Freud o Bertrand Russell o
George Bernard Shaw, Einstein nunca sintió la necesidad de denigrar a los que
creían en Dios. Al contrario, tendía a denigrar a los ateos: 'lo que me separa
de la mayoría de esos que se llaman ateos es un sentimiento de radical humildad
hacia los secretos inalcanzables de la armonía del cosmos', explicaba.
'Los ateos fanáticos', escribió en una carta, 'son
como esclavos que aún sienten el peso de las cadenas que arrojaron tras un duro
esfuerzo. Son criaturas que en
su pleito contra la religión tradicional como opio de las masas, no pueden
escuchar la música de las esferas».
Otra de las cosas que distinguen a Einstein de los
ateos modernos y groseros es que reconoce los logros históricos de la Iglesia , especialmente los
que vivió en carne propia. Así, el 23 de diciembre de 1940 declaraba en la
revista TIME sobre la facilidad con que Alemania adoptó la cultura nazi:
"Cuando tuvo lugar la revolución en Alemania,
miré con confianza a las universidades, pues sabía que siempre se habían
enorgullecido de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades
fueron amordazadas. Entonces confié en los grandes editores de los diarios que
proclamaban su amor por la libertad. Pero, al igual que las universidades,
también ellos tuvieron que callar, sofocados en pocas semanas.Sólo la Iglesia permaneció firme,
en pie, para cerrar el camino a las campañas de Hitler que pretendían suprimir
la verdad. Antes nunca había experimentado un interés particular por la Iglesia , pero ahora siento
por ella un gran afecto y admiración, porque la Iglesia fue la única que
tuvo la valentía y la constancia para defender la verdad intelectual de la
libertad moral."
La juventud del genio
Einstein nació en una familia judía sin fe ni práctica
religiosa. El único pariente que iba a la sinagoga era agnóstico y decía al
joven Albert que acudía porque «nunca se sabe».
A los 6 años, sus padres metieron al niño en una gran
escuela católica. Era el único judío entre los 70 alumnos de su clase. Como
todos ellos, hizo la asignatura de religión católica y según Walter Isaacson la
disfrutó.
Un poco antes de los 10 el joven Albert decidió ser un
judío devoto en oposición a sus padres: no comer cerdo, mantener el Sabbath, la
pureza kosher, incluso
componía sus propios himnos y los cantaba camino del colegio.
A los 10 años, un estudiante de medicina de 21 años
llamado Max Talmud que cada semana comía en su casa le dejó unos libros de
divulgación de ciencias naturales escritos por Aaron Bernstein, que insistían
en la relación entre la biología y la física. Ahí despegó el intelecto de
Einstein hacia la física y la matemática, un intelecto hasta entonces
adormecido.
A los 12 años abandonó el judaísmo. «Leyendo libros de
divulgación científica pronto alcancé la convicción de que muchas de las
historias de la Biblia
no podían ser ciertas. La consecuencia fue una orgía decididamente fanática de
librepensamiento con la impresión de que los jóvenes eran intencionadamente
engañados por el estado con mentiras; un impresión aplastante», cita Isaacson.
Uno no puede evitar pensar que los Onfray, Harris,
Dawkins y Weinberg que hoy se presentan como pensadores maduros y adultos están
en la fase radical que Einstein atravesó a sus 12 años.
Hay que dejar claro que los libros de Aaron Berstein
no fueron culpables de esta falta de fe: sus libros de divulgación no veían
incompatibilidad entre ciencia y fe. «la inclinación religiosa yace en la tenue
conciencia que mora en los hombres de que toda la naturaleza, incluidos los humanos,
no es un juego accidental sino un resultado de la ley de que hay una causa
fundamental a toda la existencia.»
En 1929, en una cena en Berlín, teniendo casi 50 años,
Einstein ya empezaba a establecerse en su postura deísta y se negó a comparar
la religión con la superstición astrológica. «No puede ser, ¿no será usted
religioso?», le preguntaron. Y él respondió:
«Intente penetrar con nuestros medios limitados en los
secretos de la naturaleza y encontrará que más
allá de todas las leyes discernibles y sus conexiones, permanece algo sutil,
intangible, inexplicable. Venerar esta fuerza que está más allá de todo lo que
podemos comprender es mi religión. En ese sentido soy, de hecho,
religioso.»
Es curioso que Sócrates y Platón consideraran que
hasta los 50 años no se puede ser filósofo, que se necesita toda una vida de
entrenamiento en las ciencias y en la vida misma para alcanzar la sabiduría
básica, que el joven no puede ser sabio. Contagiaron de esta idea al
pensamiento filosófico antiguo y medieval, en contraste con la vivencia
cristiana de que jóvenes y niños pueden ser santos, es decir, sabios a la
manera de Dios. Escándalos para griegos: Jesús niño enseñando en el templo, o
el «te doy gracias Padre porque has enseñado a los pequeños lo que ocultaste a
los sabios».
Pero es en 1929, a los 50 años, cuando Einstein formula su
veneración por el misterio, que es algo más que una X en una ecuación o un
enigma por resolver.
La figura luminosa del Nazareno
A esa edad concede una entrevista a George Sylvester
Viereck, un alemán que vivía en EEUU desde niño. Einstein pensaba que Viereck
era judío. En realidad, Viereck presumía de ser pariente del Kaiser y durante la Segunda Guerra
Mundial le detendrían por ser propagandista de la causa alemana. En la época
que entrevistó a Einstein se ganaba la vida entrevistando grandes hombres... y
escribiendo poesía erótica.
— ¿Hasta qué punto está usted influido por el
cristianismo?
— De niño recibí instrucción tanto en la Biblia como en el Talmud.
Soy judío, pero estoy embelesado por la figura luminosa del Nazareno.
— ¿Acepta la existencia histórica de Jesús?
— Incuestionablemente. Nadie puede leer los
evangelios sin sentir la presencia real de Jesús. Su personalidad palpita en
cada palabra. Ningún mito está lleno de tal vida.
— ¿Cree usted en Dios?
— No soy un ateo. No creo que pueda llamarme
panteísta. El problema implicado es demasiado vasto para nuestras mentes
limitadas. Estamos en la posición de un niño pequeño entrando en una gran
biblioteca llena de libros en muchos idiomas. El niño sabe que alguien debe
haber escrito esos libros. No sabe cómo. No entiende los idiomas en que están
escritos. El niño tenuemente sospecha que hay un orden misterioso en la
ordenación de los libros pero no sabe cuál será. Esta es, me parece, la actitud
de incluso el humano más inteligente hacia Dios. Vemos el universo
maravillosamente ordenado y obedeciendo ciertas leyes, pero sólo tenuemente
entendemos estas leyes.
— ¿Es este un concepto judío de Dios?
— Soy un determinista, no creo en el libre albedrío.
Los judíos sí creen en el libre albedrío. Creen que un hombre modela su propia
vida. Yo rechazo esa doctrina. En ese tema, no soy judío.
— ¿Es ése el Dios de Espinoza?
— Me fascina el panteísmo de Espinoza, pero admiro aún
más su contribución al pensamiento moderno porque fue el primer filósofo que
trató del cuerpo y el alma como un todo, no como dos cosas separadas.
— ¿Cree usted en la inmortalidad?
— No. Y una vida es bastante para mí.
La emoción del misterio
Einstein pronto vio que sus opiniones sobre estos y
otros temas interesaban a muchos, así que en 1930 publicó un credo, «En qué
creo», apoyando a un grupo de derechos humanos. En él defendía la noción
de misterio.
«La emoción más hermosa que podemos experimentar es lo
misterioso. Es la emoción fundamental que está en la cuna de todo verdadero
arte y ciencia. Aquel a quien esta emoción le es ajena, que ya no puede
maravillarse y extasiarse en reverencia, es como si estuviera muerto, un candil
apagado. Sentir que
detrás de lo que puede experimentarse hay algo que nuestras mentes no pueden
asir, cuya belleza y sublimidad nos alcanza sólo indirectamente: esto es la
religiosidad. En esto sentido, y sólo en este, soy un hombre
devotamente religioso.»
Posteriormente dio una charla en el Seminario de la Union Teológica de
Nueva York, del que salieron frases en los periódicos que se hicieron famosas.
Allí es donde dijo que «la ciencia puede ser creada sólo por quienes están
profundamente imbuidos por la aspiración hacia la verdad y el entendimiento». Y
que «la fuente de este sentimiento, sin embargo, brota de la esfera de la
religión». Su frase más famosa de ese día se cita a menudo: «la ciencia
sin la religión es coja; la religión sin la ciencia es ciega».
El Einstein determinista
Einstein aceptaba un Dios detrás de las leyes
inmutables del cosmos. Lo que no aceptaba es un Dios con poder o voluntad de
cambiar estas leyes. Para él, las leyes físicas estaban predeterminadas... y
las acciones de los hombres también.
En su credo se adhirió a la frase de Schopenhauer: «un
hombre puede hacer lo que quiera, pero no querer lo que quiera». Los deseos,
ilusiones, maldades y bondades de un hombre vienen dados, determinados, por
leyes inmutables.
Eso no quiere decir que por razones prácticas no
debamos encerrar a los asesinos, aunque filosóficamente creamos que, en
realidad, no son responsables, que estaban «obligados» a asesinar.
«Sé que filosóficamente un asesino no es responsable
de su crimen, pero prefiero no tomar el té con él», declaró.
Vivir «como si fuésemos libres y éticos» (aunque no lo
seamos) era la propuesta de Einstein para una sociedad más civilizada. Una
especie de vivir una ficción... que funcione. Apoyó que EEUU desarrollara la
bomba atómica para frenar el nazismo, pero luego luchó por el control de la
energía nuclear. Ayudó a refugiados judíos, habló en defensa de la justicia
racial, plantó cara al McCarthismo, intentó trabajar en defensa de la paz.
«Para Einstein fue la ausencia de milagros lo que
reflejaba una providencia divina, el hecho de que el mundo fuese comprensible,
que siguiese leyes... eso era digno de reverencia», concluye su biógrafo Walter
Isaacson.
conoZe,com(fuente)
2 comentarios:
Lastima que lo que dices no sea cierto, tal y como lo afirmó en multiplies ocasiones Albert Einstein y además lo dejó por escrito.
Te dejó con algunos de los escritos de Einstein sobre su postura persona. Insisto, cualquiera lo puede comprobar... pastor.
Una carta escrita por el mismo Einstein en 1954 (la cual fue incluida en el libro Albert Einstein: The Human Side) dice:
Por supuesto era una mentira lo que se ha leído acerca de mis convicciones religiosas; una mentira que es repetida sistemáticamente.
No creo en un Dios personal y no lo he negado nunca sino que lo he expresado claramente. Si hay algo en mí que pueda ser llamado religioso es la ilimitada admiración por la estructura del mundo, hasta donde nuestra ciencia puede revelarla. [...] No creo en la inmortalidad del individuo, y considero que la ética es de interés exclusivamente humano, sin ninguna autoridad sobrehumana sobre él.
Albert Einstein
Una cita de Einstein:
La palabra Dios no es más que la expresión y el fruto de la debilidad humana, y la Biblia, una colección de honorables leyendas primitivas, las cuales, no obstante, son bastante pueriles.
Para mí, la religión judía, como las demás, es una encarnación de las supersticiones más infantiles. Y el pueblo judío, al que estoy contento de pertenecer y con el que tengo una profunda afinidad, no es diferente del resto.
El deseo de ser guiado, amado, y apoyado, se expresa en los hombres en su concepción social y moral de Dios… el hombre que está convencido del funcionamiento universal de la ley de la causa no puede entretenerse en la idea de un ser que interfiere en el curso de los acontecimientos… un Dios que premia y castiga no es concebible para él.
Durante la infancia de la evolución espiritual humana, la fantasía creo a Dios a la imagen del propio hombre. La idea de Dios en el pensamiento religioso es una sublimación del viejo concepto de los dioses. En su lucha por el bien ético, los profesores de religión deben tener la estatura de abandonar la doctrina de un Dios personal.
Me parece que la idea de un Dios personal es un concepto antropológico que no puedo tomarme en serio.
No puedo imaginarme un Dios que premia y castiga a los objetos de su creación, cuyos propósitos están modelados según los nuestros; un Dios, por decirlo brevemente, que no es sino el reflejo de la fragilidad humana. Tampoco puedo creer en un individuo cuya vida sobrevive a su cuerpo, a pesar de que almas débiles mantienen semejantes cosas por miedo o un egoísmo ridículo.
Fuente:
"Albert Einstein-The Human Side" 1979, Princeton University Press
Recomiendo que verifiques tus más que dudosas fuentes.
Quien es este desgraciado que se da de gran erudito. por lo visto ataca todo lo que se mueve.
se necesita mas fe para ser ateo que para creer en Dios.
Dice el necio en su corazon no hay DIOS, uno de estos dias te alcanzara la muerte de la cual nunca volveras y desearas tener una sola oportunidad de escuchar el evangelio pero lo siento sera tarde, ya Pedro en su carta nos advirtio de gente como uds. esto es poe fe y no pòr vista.
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